Mientras,
ardientes, nuestros dedos
nos despertaban
primaveras por el cuerpo
dentro de un
suspiro te llamé amor.
Fuimos dos
hogueras avivadas por el mismo fuego,
dos gritos
rasgando el sonido del silencio
dos bocas buscando
su maná…
dos eternas plegarias tatuadas en dos nombres.
Cómplice la noche
nos abrió la puerta del deseo...
el aliento de la
eternidad nos poseyó
y un rumor de mar
y azahares nos habitó la entraña…
copyright C.Lucía ©